Conjuro de pérdida, que me había alejado de todo lo que pude tener y dejé esfumarse como si nada me afectara, y que debí usar ante el peligro de contaminar sin remedio a aquel ser etéreo, que ya me había rescatado...
Conjuro de añoranza, que me despertó del letargo orgulloso, de la pesadilla de haber huido de las mieles, y corrió el velo de mi ignorancia hasta dejarme ver que los sueños verdaderos sólo se cumplen en la medida en que los buscamos...
Conjuro del regreso, de olvidar el egoísmo y afirmar que siempre debí haber dicho “te necesito”, poción de besos que una noche se transformaron en las balas de una guerra sin cuarteles, una batalla de caricias sin restricciones, sin reservas, dando todo...
Conjuro del amor, reinado del sentimiento y la emoción, brebaje de mil palabras y aún más hechos que consagran que el compromiso se asume cuando uno se cansa de pensar en el resto del mundo y se concentra en la felicidad de su otra parte, felicidad que regresa a uno mismo a través de esos ojos tan profundos, de esa mirada que se convierte en reflejo de la risa del corazón, eso que da ganas de seguir vivo aún al más reacio a la existencia...
No es casualidad que esta serie de venenos termine por matar la bestia interna, no es sólo coincidencia que cada vez esté más lejos del Mr. Hyde, y cada vez más cerca del Paraíso, que solo se encuentra si te quedas a mi lado para darme de tu risa, única y grandiosa razón de esta vida...la mía.
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