Tenía unos ojos blancos como la espuma que sale de mi boca, esos ojos que recuerdan a la nieve cayendo sobre la cabeza gacha de un desposeído...Yo, alguna vez, los tuve; recuerdo la inocencia que recorría mis venas en esos días, la sangre limpia y caliente que me abrazaba con la fuerza de un gigante; yo alguna vez los tuve, claros como el agua del mar más límpido, del mar más virgen, viendo al mundo mientras sonreía, pasaba mis tardes, solo o acompañado, nada importaba cuando los ojos eran claros, porque todo se veía distinto, no existía el miedo, ni el rencor, ni el absurdo, ni la muerte, ni la conciencia estaba sucia, ni asomaba lágrima alguna...
Con los años, con los golpes y las heridas, los ojos se fueron volviendo cada vez menos claros, cada vez más oscuros, incapaces de volver a la pulcritud, estaban sucios, hartos de imágenes, de rasgaduras; la sangre se tornó fría y casi no corre, a duras penas se abre paso a través de un cuerpo que ya no quiere cumplir con su tarea de mantenerse en pie, lo tomaron por sorpresa la rabia y el temor, y se arrepiente de los pasos dados, y se muere con cada latido de ese corazón diletante, y los ojos ya parecen de petróleo...
...Pero a todo mal, le corresponde un remedio, y allí entra en el juego el ángel que descubrió que los ojos pueden siempre arrepentirse, y aún a pesar de mis negativas, resuelto a cumplir su deseo de rescatarme, incapaz de abandonarme, haciendo que a mis ojos vuelva, al menos cuando está a mi lado, esa magia que sólo tienen los ojos cuando son claros, limpios, raros, únicos...
<< Home