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17 noviembre 2006

El sueño

Era un sueño que no podían tener todos, que sólo unos pocos sufrían, que no existía en esa gente carente de imaginación...

Me enteré por un amigo. Lo había llamado Julia la noche anterior a ese café en que me lo reveló. Me dijo que estaba intranquila, que nunca había escuchado ese tono en su voz (comentó que la escuchó francamente aterrorizada), y que, para ser sincero, no se había preocupado en ese momento (creyó que era una de sus típicas histerias de viernes a la noche, cuando él se iba a su reunión semanal con sus colegas de la oficina). Algo la inquietaba sobremanera, decía no poder dormirse, que apenas cerraba los ojos el aire se enrarecía hasta el punto de oprimirle el pecho, con un peso de toneladas...Cuando llegó del bar, la vió tan dormida que hasta se sonrió y festejó su decisión de no hacer caso a esas "estupideces femeninas" a las que estaba tan acostumbrado (Fabián se crió con sus tías, con su abuela y con su madre).
Todo cambió a la mañana siguiente, cuando se despertó y en lugar de oler tostadas sintió el frío de las piernas de su novia al mover su mano izquierda; la movió, la acarició, pero no tardó en darse cuenta de que no respiraba...
No me extrañó que en ese momento rompiera en llanto, después de todo, hasta pensaban en casarse; ahora estábamos rodeados de familiares y amigos que tenían rostros grises, como de tarde londinense (después de todo, estábamos en la sala de velatorios, no es común ver caras de circo en esos lugares). No pudo precisar más detalles que le permitieran explicarme cómo había sucedido que una mujer tan saludable tuviera una muerte de esas características; simplemente no respiró más, casi tan simple como decir que su corazón se detuvo.
Desde ese momento, no pude quitarme de la cabeza la imagen de Julia al teléfono, con su carita tan perfecta (tan de rubia tonta) marcada por un miedo que resultó ser implacable, tangible como estas teclas. No hubo un día en que no pensara en quitar el halo de misterio que cubría ésta y todas las muertes que siguieron, iguales, como copiadas por un periódico amarillista en pos de aumentar las ventas con una buena historia de ficción-realidad. Apenas tocaba el piano, y siempre melodías poco alegres, y como si recordara tonos ya olvidados, oscuros, que de tan sombríos me sabían asquerosos.
María de los Milagros Carranza (hija de Miguel, amigo de mis padres), Mariano Arrieta, Liliana D'Avalos, Ricardo Perren...muchos más, estos son los que me acuerdo, y uno que tenía un apellido alemán, o polaco, algo así como Bühller (el exceso de cafeína logró que empiece a perder la memoria). Duermo poco y nada, casi como si tuviera el mismo miedo que ellos; y no porque haya podido averigüar mucho más que en aquel café con Fabián, sino porque la marca que dejaba este criminal invisible sólo era un par de ojos cerrados y el corazón callado. Me contaron, familiares y amigos de las demás víctimas, que pasaban algunos días en vela, como asustados con la idea de dormir, y luego, la mañana siguiente a sucumbir ante Morfeo, amanecían sin vida.
Hablaban de alguien a quien llamaban "El Cuervo" (todos coincidían, sin baches), de que los buscaría en el lugar más inaccesible, donde no podían defenderse, del terror que esto les generaba, y de cosas que, antes de aclarar, oscurecían el caso. Y que desesperaban a todos sus allegados, al no tener control sobre nada que pudiera ayudar.
Ni siquiera me pregunto el por qué de estar pensando en todo esto, pero siempre me obsesioné por lo incomprensible. Y esto raya lo fantástico, tanto que casi me convence de estar soñando. Y sin embargo, aquí...Luego de tantas noches sin pegar un ojo, más por la incertidumbre que por el temor. Y escucho, se abre la puerta, y entra en mi casa la imagen mil veces vista sin ver...Nos reconocemos. Rodea la mesita ratona del living y se acerca a mi lugar en el sofá. Me mira, con sus ojos negros que no distinguen entre todo el negro de su ropa, y del vacío negro en su rostro (camina como si la sombra lo envolviera, se hiciera parte de él). Y extiende su mano hasta rozar mi cuello, mi pecho, y mi cuello de nuevo...Y no me resisto. Después de todo, es tan irreal...
En casa no hay mesita ratona, y ahora que me acuerdo, no estoy en el sofá...